Pablo Correa

Lo bueno, lo malo y lo feo

Por: Pablo Correa | Publicado: Lunes 10 de noviembre de 2014 a las 05:00 hrs.
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Pese a que aún faltan siete semanas para que este año se acabe, dado que el comercio nos recuerda que la Navidad se aproxima con sus anaqueles llenos tempranamente de adornos invernales muy ad hoc, quisiera aprovechar de reflexionar sobre lo bueno, lo malo y lo feo del cierre de 2014.
Partamos por lo bueno. Creo que se puede decir que tal como en 1990 Chile tuvo un cambio estructural en su modelo político con el retorno a la democracia y el inicio de un ciclo de reducción de la pobreza y creación de una nueva clase media, en 2014 iniciamos nuestra segunda gran transición. Esta vez consistió en reconocer en forma transversal que nuestro sistema político debía ser modificado para ampliar su grado de representatividad, y que el Estado debía ser modernizado en forma importante para transformarse en un garante de servicios sociales con un grado de calidad también garantizado. Las diferencias persisten sobre si el Estado debe ser el proveedor o no, o sobre la gratuidad de esos servicios, pero existe un consenso básico: todos tenemos los mismos derechos independiente de nuestra condición inicial. También reconocimos con orgullo que dejamos de ser un país pobre, y pasamos a ser un país de "ingresos medios", de esos 20.000 dólares per cápita que aún no sabemos bien qué significa. Pero tal como el resto del mundo, observamos que a medida que creamos riqueza, la distribución de la misma era cada vez peor, y eso paso a ser un tema relevante, un objeto de preocupación transversal, algo ya ineludible, permanente y eso es bueno.
Sin lugar a dudas, darse cuenta que es necesario hacer cambios al modelo político y económico, que ya no es posible seguir viviendo de las reformas del pasado que cada vez rinden menos (como por ejemplo, las ganancias de productividad tras la apertura comercial) es muy bueno. Lo malo sin embargo ha sido la forma de enfrentar estos problemas. Estoy convencido que en el arte de gobernar, para que sea exitosa se deben (i) definir metas comunes para todas las partes, es decir lo menos excluyentes posible, (ii) lograr una cooperación entre el sector público y privado, reconociendo que el Estado no está sino al servicio de las familias que componen lo privado, e (iii) implementar proyectos o reformas que se adecuen al contexto de los deseos y necesidades de la comunidad, para que ésta perciba valor agregado para todos. Si uno es capaz de lograr lo anterior, se genera y retroalimenta confianza pública.
Así, lo malo fue que las reformas se plantearon primeramente excluyendo, no incluyendo, a grupos enteros de la sociedad, marginándolos de toda participación. La colaboración con el sector privado ha venido rezagada, sólo una vez que los efectos reales se han dejado sentir. Y finalmente, la teoría y deseos –por positivos que fueran- se han ido alejando de los deseos de las comunidades. Lo importante es, nuevamente, darse cuenta y volver a construir esa confianza.
Para que la cooperación público-privada funcione, lo primero es definir reglas transparentes y de largo plazo, que fomenten innovación y generen una correcta formación de precios (rol como incentivos) incluyendo una perspectiva estratégica de largo plazo, que sume todas las externalidades y sea transparente en los beneficiados y perdedores.
Así, en mi opinión el gran desafío de nuestra generación es diseñar políticas públicas que logren ser inclusivas, con sentido de comunidad, y que logren una distribución justa tanto de los riesgos como de los beneficios (lo que implica justamente que no sean uniformes). Por último, deben ser reformas rentables desde un punto de vista económico. Por una parte, esto pasa por entender que la igualdad social es utópica, ya sea por fallas de mercado, fallas de gobierno, problemas institucionales o líderes públicos o privados con horizontes de planeación de corto plazo. Pero también por entender que el sistema económico necesita de un propósito más elevado y de largo plazo.
Y bueno, finalmente lo feo de fin de año...lo feo sin duda son esos adornos de Navidad hechos en China pensados en los -20° del Hemisferio Norte.

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